Negocio Mata Pasión

El deporte ha pasado de ser una pasión, un amor, a un negocio. La competitividad por la que pasa el deporte, trae consigo un mayor espectáculo (bueno para el deporte y para el negocio) pero también arrastra problemas difíciles de controlar.

El ciclismo de ruta vive una crisis tremenda por dopaje. Tan es así, que el ganador del Tour de Francia del año pasado, Floyd Landis, sigue sin saber si se le quitará su medalla y título de campeón. Por lo pronto, no participa en el Tour que actualmente se corre por las montañas y calles de Francia. Basso, Ullrich, entre otros, se han visto envueltos también en suspensiones por esta cuestión. Y a Lance Armstrong, 7 veces ganador de la prueba, no se le ha comprobado nada, pero el rumor sigue latente.

Ni que decir del béisbol. La polémica alrededor de Barry Bonds no cesa. Ayer pegó sus cuadrangulares 752 y 753, y está a sólo 2 de igualar al legendario Hank Aaron como el máximo vuelacercas de la historia. Hay a quienes no les parece que el récord le pertenezca a alguien que no lo ha obtenido por mérito propio, sino que tuvo que recurrir a la ayuda de esteroides cuando Aaron lo logró por su puro talento, capacidad y además, con menos conocimiento tecnológico en su bate.

Dos beisbolistas que participan en el equipo de México en los Juegos Panamericanos dieron positivo en un control antidopaje aplicado por la CONADE en México.

En el tenis internacional hay una larga lista de suspendidos, también por dopaje. Algunos ya han cumplido su castigo, pero otros siguen con la esperanza de volver a los grandes torneos. Ha habido reincidencias, como el caso del mexicano Miguel Gallardo, uno de los principales representantes en Copa Davis para México, quien por cierto, ha quedado fuera del equipo que enfrentará a Venezuela este fin de semana.

El dopaje en mi opinión es lo más triste del deporte. Pone en duda el verdadero talento y capacidad de un atleta. Por ejemplo, vean una foto de Barry Bonds o Mark Mcgwire antes de que se convirtieran en poderosos bateadores. Eran jugadores fuertes, sí, pero delgados, no con una masa muscular exagerada y superior al resto de los peloteros. Además, el incremento de su musculatura (sobre todo en brazos) fue muy repentino y sumamente notable.

El no lastimarse para mantenerse cobrando sueldo se ha puesto en el primer sitio en la lista de prioridades. Ya no es suficiente el amor a la camiseta, al deporte. La pasión se ha sustituido por un negocio del que todos perciben sus beneficios y nadie quiere quedar fuera.

Gracias al dinero que produce el negocio deportivo, hay quienes se pierden en este universo.

Y no sólo ellos se meten en problemas, en ocasiones arrastran consigo a su equipo, a la liga y en muchos casos, su carrera.

Tal es el caso de Michael Vick, mariscal de campo de los Halcones de Atlanta. Se encuentra siendo investigado por estar involucrado en el ilícito negocio de peleas de perros. Probablemente este asunto lo prive de jugar la próxima temporada.

Otro caso histórico es el de Pete Rose, quien apostó a los resultados de su equipo, los Rojos de Cincinnati.

En el otro extremo, se encuentran quienes entienden y canalizan para bien el negocio deportivo. Para ver un ejemplo claro, consultar ATHLETES FOR HOPE.

Los espectadores no tenemos ningún problema con la competitividad, al contrario, es lo que nos mantiene pegados al televisor o al borde de la butaca.

Tampoco queremos que el deporte deje de ser un negocio. Pero queremos emocionarnos con el talento, vibrar con la pasión de los jugadores. No queremos perder la ilusión y saber que ya nada es real, que lo que estamos viendo no podría ser sin una “ayudadita”…